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Atom Egoyan puede dormir tranquilo por haber sido el responsable de una de las películas básicas de los 90, El dulce porvenir. Ya antes empezó a granjearse simpatías de cierto sector de la crítica con películas como The Adjuster, una historia en la que se alternan subtramas que giran en torno a su protagonista, un desubicado Elias Koteas, y con un denominador común: la provocación a base de desconcertantes retablos donde el absurdo campa a sus anchas con David Lynch como máximo referente. Guiños también a Greenaway y Kubrick terminan de rematar esta obra que, sin embargo, se olvida demasiado rápido.

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