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Según el pacto tácito de cineasta y espectador que es la «suspensión de incredulidad», el segundo confía en que la historia que cuenta el primero va a ser verosímil, que no verídica. En Road House, remake de la película ochentera, Doug Liman vuelve a demostrar su extraordinario talento para el cine de acción, aunque el problema es que esa suspensión aquí está forzada hasta el disparate. Si no tuviera que creerme el entorno de GTA, los superpoderes de Gyllenhaal o la relación de este con algunos secundarios, la película habría ganado enteros. Quizá me la he tomado demasiado en serio.

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