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¿Dónde está el límite entre el cine optimista y los crowd-pleasers que no pueden faltar en cada temporada festivalera? Un ejemplo del primero lo vimos en Licorice Pizza, cuya diferencia con CODA es que muestra, no demuestra; no alecciona ni busca (o mendiga) la empatía del público. Esto no hace CODA una mala película. El largometraje de Siân Heder (tras la estupenda Tallulah) juega sus cartas con una premisa potente y unas interpretaciones bien dimensionadas. Hasta aquí, la película funciona, pero es su ejecución, demasiado preocupada en demostrarnos que las miserias tienen un lado luminoso, la que empaña el resultado.

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