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Hay escenas que por sí solas justifican el visionado de una película. Recuerdo con mucho gusto Training Day o La noche es nuestra, dos películas estimables, pero con sendas escenas absolutamente extraordinarias. En Civil War pasa lo mismo cuando Jesse Plemons entra en juego durante cinco minutos que cortan la respiración. Por lo demás, lo último del maestro Alex Garland ofrece un entretenimiento bien construido, con un carísimo y apabullante apartado técnico (el montaje de sonido merecerá barrer en los premios del gremio), pero con un desenlace que no está a la altura y ciertas incoherencias que le restan verosimilitud.

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